domingo, 25 de agosto de 2013

Camino de Santiago: mi experiencia

Tras un par de días hibernando, cojeando y recuperándome, estoy en condiciones de redactar mi crónica sobre el Camino de Santiago.

Lo primero, y más importante:
















¡¡LO CONSEGUÍ!! ¡¡SOY LA CAÑA!!












Os cuento aquí mi humilde experiencia por si a alguien le sirve algún día, incluso me atrevo a dar algún consejo y todo. Vamos a ello.

- Domingo (Día 0): 
Nos llevan en coche a Pontevedra, el punto de inicio de nuestra primera etapa. Dejamos las mochilas en el hotel y bajamos al centro a tomar algo. Pontevedra está de celebración, son las fiestas de la Peregrina y en la calle hay ambientazo.  Paramos en varias terrazas, y acabamos cenando con Paloma San Basilio de fondo (otro día os cuento el día que estuve estudiando en la biblioteca escuchando a Pavarotti, que actuaba a 200 metros). Entre empanada, calamares y cañitas, nos dieron las dos y pico de la mañana. Las mochilas nos las recogen a las 8:30 h. para trasladarlas al siguiente hotel, así que hay que madrugar. Dejamos preparada la ropa del día siguiente. "El despertador sonará en 4 horas 55 minutos". Buff.
Apoyo la cabeza en la almohada y me quedo frita.


- Lunes (Día 1): 
 Me despierto medio zombi. Mi compañera de habitación ya está duchada. Me ducho a toda leche (me encanta la sonoridad de esta frase. Probad a decirla varias veces: me ducho a toda leche, me ducho a toda leche,me ducho a toda leche...).Cierro la mochila grande y compruebo que en la mochila pequeña llevo todo lo necesario: cantimplora, camiseta y calcetines de recambio, compeed (mis grandes amigos), gominolas, una visera, pañuelos de papel, cartera, tabaco y móvil. Bajamos, pagamos, dejamos las mochilas y buscamos una terraza para desayunar.
A las 9 h. arrancamos hasta la estación, que es donde nos dijeron que empieza el camino. Encontramos la primera concha, y nos hace tanta ilusión que nos sacamos un montón de fotos. Empezamos el Camino en serio. Las indicaciones (conchas de vieira y flechas amarillas) nos llevan hacia el centro. Hicimos el tonto yendo por la estación, pudiendo ir directas hacia el centro, pero... ¿qué es un kilómetro de nada? Vamos la mar de animadas.
A las 11 y pico llevamos 8 km. andados y decidimos descansar. Bebemos agua, comemos gominolas, fumamos un piti y hacemos un pis. Continuamos la segunda parte de esta etapa. Pronto empezamos a dividirnos, las dos más rápidas van delante, y las más lentas vamos unos metros detrás de ellas. Pasamos por delante del desvío que va a los molinos de Barosa. Es un sitio precioso, pero está a 200 metros y hay que ahorrar fuerzas, así que no nos desviamos del camino y seguimos. Cuando llevamos 19 km., siento que no puedo más. Me duelen un montón los talones, un poco los riñones por forzar la postura, y tengo hambre. Decidimos continuar para terminar la etapa, ya que si parábamos para comer, en la sobremesa nos entraría el bajón y nos costaría horrores llegar. Esos 4 km. fueron horribles, cojeando entre viñedos. Me acuerdo de mi madre insistiéndome para que comprara un bastón de montañismo en Decathlon. "No, mamá, ninguna lo lleva". Una sí lo llevaba, y no se lo voy a pedir. Encuentro un palo que se convierte en mi gran amigo fiel.
Por fin, a las 3 de la tarde llegamos a Caldas de Reis. Nada más entrar en el pueblo, nos esperaba, majestuoso, un precioso mesón con comedor sobre el río. Al sentarnos, vimos el cielo. Al beber, otro tanto. Al comer, un paraíso. Y al descalzarnos, ya ni te cuento. Poco a poco fui volviendo a mi ser. Al acabar de comer, me miré los pies. Tenía en los talones unas vejigas del tamaño de Oklahoma. Me puse unos compeed y terminé de recuperar mi mismidad.
Llegamos al hotel, subimos las mochilas, nos pegamos una superducha, y pasamos un rato tiradas en la cama viendo la tele y comiendo gominolas. Después bajamos a tomar algo y a cenar, consumimos Espidifen como yonkis y vamos para cama algo antes que el día anterior. Dedico un rato a hacerme las curas en los pies: pinchar las ampollas, atravesarlas con un hilo de coser, dejar el hilo dentro, y desinfectar con betadine. Super agradable todo.
Sueño con viñedos y con el niño del anuncio de UN PALOOOOOOOOO.


- Martes (Día 2): 
 Me levanto como el hijo de Quasimodo y Pozí. Me duelen los pies, las piernas, los riñones y la cabeza. La ducha, el Espidifen, los compeed y el desayuno hacen milagros, y tras una sobremesa del desayuno indecentemente larga, puedo continuar.
Decidimos que las dos más rápidas pueden ir delante y nosotras a nuestro ritmo, sin intentar alcanzarlas para no forzar la máquina como el día anterior.
Llevo esta etapa con mucho ánimo, además es la más corta. Me duelen los pies, y las piernas un poco, pero puedo seguir.
Descubrimos los beneficios del Aquarius en detrimento del agua.
Paramos para descansar en el campo de una iglesia, y seguimos. Bendito palo.
Llegamos a Padrón, y encontramos un bar. Queda un kilómetro para llegar a la pensión, así que decidimos parar a comer.
El último kilómetro nos sentimos como andando por el desierto del Gobi. Llegamos al hostal sofocadas, en la habitación hace un calor infernal, y para colmo no funciona el aire acondicionado. Era una falsa alarma, el mando no tenía pilas. Nos ponen el aire. Tras la ducha, y a pesar del aire, el sofocón no se va. Pierdo los pudores todos y acabo en ropa interior, tirada en la cama como una estrella de mar.
Bajamos a tomar algo y a cenar. Paro en una farmacia a comprar una pomada para el dolor muscular y la segunda caja de compeed. Luego tengo que parar en una zapatería porque las chanclas que llevo me hacen un daño horrible. Le pido una bolsita a la dependienta para ponerla a modo de calcetín, por higiene, pero ella prefiere secarme los pies. Momento Jesucristo, yo sentada y la señora secándome los pies. Me acabo comprando unas chanclas de piel espantosas, blancas aún encima, pero cómodas como nubecillas. Recupero de nuevo mi mismidad, y nos vamos a cenar.
Tardé mil años en dormirme por el calor y por la luz de la luna que entraba por la ventana. Por lo que me contaron, ofrecí una serenata con mis mejores ronquidos.

- Miércoles (Día 3):
Nos levantamos antes que las gallinas. Buscamos un sitio para desayunar, y paramos en el bar del hostelero con más energía del mundo. Nos sacó fotos, nos pasó su libro de firmas de peregrinos, hizo chistes y nos dio a todas un beso en la frente antes de partir.
Fue la etapa más dura de todas al ser la más larga y llevar acumulado el cansancio y los dolores de los días anteriores. Apenas hicimos paradas (sólo para comprar Aquarius, ir una vez al baño, y cambiar los calcetines), ya que queríamos evitar el calor del mediodía y llegar antes de comer.
Hay tantas cuestas arriba que tengo que usar el ventolín. 
El desierto del Gobi de Padrón no fue nada comparado con esta etapa.
Llegamos a Milladoiro. Quedan 7 km., parece que quedan años luz.
Las otras 3 empiezan a tener prisa. Yo empiezo a no tener fuerzas, y me quedo sola. No tengo miedo a perderme, porque las indicaciones están muy bien puestas. Cuando quedan 5 km. empiezo a hiperventilar. No sé si es agotamiento o ataque de ansiedad. Ya me da igual. Me paro unos segundos, se me pasa, y se me pone un nudo en la garganta. A lo lejos ya se ve Santiago, y lloro, no sé si de emoción o de impotencia por quedarme atrás. Continúo, cojeando, tropezando, jurando en arameo y llorando un poco. Me siento tentada a sentarme y decir "hasta aquí llegué", pero quedan 4 km. y sería ridículo quedarme aquí como una niña pequeña. Sigo andando a duras penas.
Cuando entramos en ciudad, y el resto del grupo se gira para esperarme, les hago un gesto para que no sigan hasta que yo las alcance. No quiero seguir sola ni un minuto más. Pienso en todos los peregrinos que me crucé que hacen el camino en solitario; los admiro, pero yo no quiero.
Al llegar al centro de Santiago, hago yo de guía; viví en esta ciudad 6 años y les digo por dónde ir.
Atravesamos la Alameda, cruzamos Porta Faxeira, vamos por la Rúa do Franco, y al fin, llegamos al Obradoiro. Abro los brazos como Jack Dawson y Rose DeWitt Bukater. Llamo a mi madre, riendo y llorando, y ya no sé qué sentir. Fui capaz, lo hice.
Entramos en la catedral, que nos recibe con un frescor que nos hace mucha falta. Le pongo una velita a una persona muy especial. En las mismas escaleras de la catedral, me pongo mis chanclas horribles. Y no suelto mi palo, que me acompañó hasta casa.


Como esta entrada me está quedando muy larga, voy a dejar los consejos para más adelante.

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